En muchas historias que se han contado sobre la venta de libros durante la dictadura de Franco y sus secuaces, aparece la venta de libros prohibidos, que eran muchos, en algunas librerías. Cuentan, y es verdad, que si tenías un librero de confianza y que éste también confiara en tí, era relativamente fácil, en los 12 o 15 últimos años de la dictadura, conseguir libros que la indigna censura no dejaba comercializar y perseguía lo que podía con la saña habitual de su policía política.
Pero, ¿cómo llegaban esos libros a las librerías?. ¿Cómo se comercializaban, se facturaban, se escondían en los almacenes de los importadores y distribuidores para disimular su distribución peligrosa e ilegal?.
Los representantes llevábamos una doble lista a las librerias. En una columna los títulos prohibidos y en la otra un título legal que era el que iba a aparecer en la factura. Le entrégabamos una copia de este catálogo al librero. Los libros prohibidos se incluían con otros libros legales y los albaranes y facturas llevaban escrito el correspondiente libro legal. Así, ante cualquier inspección de la policía no aparecía la venta de ningún libro prohibido.
¿Y el almacenaje?. Una de las empresas distribuidoras tenía un almacén, que era todo un piso grande casi diáfano con las estanterías colocadas como un laberinto, que conseguía disimular muy bien un pequeño habitáculo hecho entre las estanterias al qué se llamaba «el cuarto de los prohibidos»(*). Por allí pasaron libros como Cien años de soledad de García Márquez o España, un enigma histórico de Sanchez Albornoz y muchísimos más que la voracidad censora del franquismo se negaba a dejar comercializar libremente. Uno de los últimos en salir de allí fue La Papisa Juana.
(*) De lo bien escondido que estaba «el cuarto de los prohibidos» da idea que en el año 1.976, ya muerto el dictador, durante el gobierno continuador de su régimen de Carlos Arias Navarro y siendo ministro de la Gobernación Manuel Fraga Iribarne, la policía irrumpió en la distribuidora, creyendo que desde alli se distribuía el periódico «Mundo Obrero» del PCE, y a pesar del registro a fondo que hicieron, no detectaron «el cuarto de los prohibidos».